Por Ángela López
Me agradas, dolor; me recuerdas que aún sigo respirando. Mientras sigas durmiendo a mi lado, este cuerpo seguirá aferrándose a la tibieza de la agonía a la cual me has condenado. Por años te he maldecido, pero un buen día la rendición tocó a mi puerta, mis rodillas por fin se doblaron ante ti, estimado adversario. Mi decisión no obedece a la falta de valor, sino al cansancio de una lucha absurda; quise cambiar el resultado, cuando en realidad las matemáticas son exactas, uno más uno siempre será dos, nunca será cero. Pobre inocente de mí al pretender rechazar lo que me diferenciaba de los demás, nadie puede huir de su sombra. ¡Vaya! La respuesta siempre fue Aceptación.

Criada bajo el seno religioso, recordé las palabras del Nuevo Testamento en el Evangelio según Lucas que dice: “al que te hiera en una mejilla preséntale también la otra…”. Ese consejo lo he tatuado en mi corazón para comprender que no puedo batallar contra el dolor, al contrario, lo único que me resta es ofrecerle una cálida sonrisa cuando decide acariciarme cruelmente. Poco me importa ya que él, cual tsunami, pase devastando mi pequeña isla de pensamientos. El lado positivo (como en todo), es que reconstruir, eleva el sentimiento de la gratitud e incrementa mi creatividad. Ya que una vez el episodio de dolor se ha ido, me siento tan feliz de seguir en este mundo que, cada segundo es más valioso que cualquier Perla Peregrina.

Algunos entrenan sus mentes mediante el conocimiento, otros pasan la mayor parte de su tiempo en gimnasios perfeccionando su condición física. Sin embargo, personas como yo, hemos tenido que aprender a ejercitar nuestra reacción frente al dolor. Todos, en mayor o menor medida sabemos lo que sufrir es, bien sea por amores infructuosos, infancias marcadas por la violencia, negocios que fueron a la bancarrota, sueños que no se realizaron, o enfermedades que te hicieron tocar la locura. Quien no se haya perdido alguna vez en el valle del sufrimiento, no es humano; y, si estas leyendo esto y aún no lo conoces, permíteme darte la bienvenida a este hermoso planeta azul, querido extraterrestre.
Entre las muchas cosas que nos unen como seres humanos, indudablemente está nuestra capacidad para derramar lágrimas de impotencia, amargura y dolor. Llorar puede aligerar la carga, quizá porque es la manera en que el dolor abandona su naturaleza amorfa para dejar de desgarrarnos por dentro. ¿Te has preguntado cómo haces para albergar tanto dolor en un cuerpo tan pequeño? Espero con todo mi corazón que la respuesta sea no, pero si la respuesta es afirmativa, déjame decirte que entiendo tu sentir. Buscando un porqué, pude ver cómo mi voluntad por vivir crecía más grande que Gulliver, mientras que mi sentimiento de autocompasión fue encogiéndose de miedo ante el gigante salvador. Además, morir es fácil, pero vivir te exige valentía, y yo no tengo incorporada la palabra cobardía en mi léxico. Entonces, hice las paces con mi vida, aprendí que ser vulnerable me fortalecía. Mágicamente, pude comprender que entre más me quejaba, más me olvidaba del olor de las rosas, del misterio del cielo estrellado, del murmullo del rio que corría frente a mi casa y del romanticismo del gran Chopin. No quise seguir atormentándome por lo que padecía, sino que decidí enfocarme en lo mucho que embellecía mi existencia, y así, sin más ni más, le dije adiós a mi circulo del Infierno; al fin y al cabo, Dante solo hay uno, era tonto competir con él.

No odies a nada ni a nadie, no tiene sentido respirar sin vivir. No maldigas tu suerte, obsérvala. No pienses que eres el más desafortunado ser que discurre por esta tierra, la autocompasión solo hace que tu trasegar sea más tortuoso con grilletes. Finalmente, aprende a rendirte, hay batallas innecesarias que nublan tu conciencia para que no puedas sentir cómo los milagros te abrazan día tras día. A veces debes permitir que tu adversario gane la partida, perder se convierte en ganar cuando ello te enseña lo que la gratitud significa. Jaque mate, no es más que aprender a aceptar lo que no puedes cambiar. ¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Seguirás dirigiendo tu barco, pero desde una perspectiva llena de agradecimiento, renunciando a las engañosas aguas del resentimiento para llevarte hacia una vida navegada por el coraje.

Muy bien mi niña!
Agradecimiento y coraje!!!!”
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