Puerta: con la pereza a cuestas

Por Ángela López

Recuerdo como los libros y yo nos enamoramos en aquella humilde biblioteca; yo, anhelante por sentir esa inmortal belleza entre mis manos; ellos, aguardando ser desnudados por mis soñadores ojos. Tiempo aquel en que mi candorosa imaginación fue seducida por las irresistibles letras, y así, desde la “A” hasta la “Z”, la lectura me embriagó eternamente con su dulce amor.  ¡Si!… ¿Cómo no hipnotizarme escuchando al genial Dostoievski filosofando sobre la sociedad y su comportamiento? ¿O cómo impedirle a Horacio que tatuara su Carpe Diem sobre mi corazón? Ni que decir de Neruda, ¿acaso le he visto a alguien más escribir los versos más tristes esa noche? Aunque quien siempre me acompaña en las noches de incertidumbre es la dulce Jane Austen, ¿Quién más sino ella podría enseñarme a desvanecer el orgullo y el prejuicio a través del amor? ¡Oh…vaya que las letras son cautivadoras, bien sea para leerlas o para acariciar sus formas! Sin embargo, el tiempo dejó en el olvido la vieja mesa de reuniones literarias, y me trajo consigo un pequeño aparato tan pequeño como para guardarse en mi pequeño bolso, pero tan poderoso como para albergar cientos de libros. Sin duda, el Internet y el teléfono móvil nos han permitido disfrutar de la literatura de una manera más práctica. No obstante, el tan elogiado progreso también ha significado un retroceso directamente proporcional a nuestras habilidades para descubrir y ejecutar.

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Hoy en día, buscamos más herramientas que simplifiquen nuestras vidas. Pero, ¿Qué tan sencillo es todo ahora?  Porque desde mi punto de vista, solo veo nudos y nudos en esta cuerda llamada vida. En nuestra búsqueda por tener tiempo para disfrutar del placer de vivir, hemos sido encapsulados por un pequeño teléfono que hace que el tiempo no sea relativo, sino fugaz. Además, nos ha desarrollado una enfermedad silenciosa, pero mortal para nuestra imaginación. Enfermedad a la que yo denomino pereza. Sí, pereza para pensar, actuar e incluso amar.

Todo lo queremos solucionar dándole órdenes a Siri, visitando a Google o utilizando cualquier otra aplicación que se encuentre en nuestro móvil. ¿En búsqueda de novio a?… descarga la aplicación indicada. ¿Quieres lucir sin una arruga y con una esbelta figura en tus fotos?… descarga la aplicación apropiada. Tan solo por mencionar algunas de las soluciones que las tiendas virtuales nos ofrecen para que ahorremos en esfuerzo, y para que, además, proyectemos una imagen distorsionada de quienes somos en realidad.  Alguien podría decirme: “y… ¿qué hay de malo con ello? Hasta tú te beneficias de esto, no seas hipócrita”. A esa persona podría responderle: “no creo que haya nada de malo con la tecnología y sus avances, pero una cosa es utilizar las herramientas, y, otra muy diferente es permitir que las herramientas manipulen nuestro tiempo, destruyan nuestra creatividad, disfracen la verdad y hasta hagan que nuestra bondad se convierta en un feroz odio hacia nosotros mismos y la humanidad”.

Hemos batallado duramente por erradicar la esclavitud, de hecho, aún seguimos en esa lucha. Pero déjame contarte querido(a) lector(a) que, como seres humanos e independientemente de la cantidad de tonterías que hemos inventado para excusar la repulsión hacia nuestros propios congéneres, ahora también lidiamos con un enemigo creado por nuestras propias manos. Y… ¡No! No es el planeta de los simios, diría más bien, que es el planeta de los robots humanos. Ya nos comportamos como máquinas, los sentimientos y la creatividad empiezan a alejarse de la inteligencia. Si buscas teorías apocalípticas, te tengo una más, la pereza creada por la genialidad del ser humano.

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Para mí, la desidia no es más que la tristeza del ánimo, de la voluntad. Tristeza producida porque nuestra capacidad de pensamiento ya no es desafiada, incluso, se halla atada a una pequeña pantalla. La supuesta facilidad que el mundo ofrece por medio de la tecnología, ha permitido que rápidamente caigamos en una Edad de piedra donde los emoticones han reemplazado las hermosas palabras que se habían inventado para crear encantadoras epístolas de amor. La mal llamada simplicidad que nos ha vendido el progreso viene con un pequeño defecto de fábrica, a saber, la complejidad para reconocer nuestra propia existencia en medio de encriptados códigos inhibidores del trabajo intelectual. Hemos sido atrapados por una red de comunicaciones, poco o nada nos importa ser devorados por la misma, siempre y cuando el celular piense por nosotros, todo estará bien.

@SANVECINO

No quiero imaginar cuántas otras cosas serán inventadas para que placenteramente trabajemos para la pereza. Sin embargo, me iré de este mundo con la firme ilusión de que las personas serán capaces de reconectar, no con el WIFI, sino con su intrínseca red de emociones.

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2 comentarios sobre “Puerta: con la pereza a cuestas

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