¡CORRE, CAE, CONQUISTA!

Por Ángela López.

Para nadie es un secreto que Alejandro III de Macedonia, llamado el Magno, es uno de los conquistadores más renombrados de nuestra historia. Durante doce años estuvo dirigiendo campañas militares y conquistas. Probablemente, este poderoso hombre también llegó a sentirse desolado en medio de tanta tierra; sin embargo, su hambre por dominar, aunado a su deseo ferviente por encontrar el lugar exacto en que la Tierra terminaba, le impedía a este hombre agregar la palabra “rendirse” a su léxico. Y es que así somos los humanos; seres que necesitamos sentir la emoción del logro, de que algo descubrimos o de que algo dominamos. Por supuesto, el objetivo siempre difiere dependiendo de nuestros valores. Por ejemplo; algunos hombres dedican sus esfuerzos en ser el mejor padre, algunas mujeres se enfocan en declarar su independencia sobre la cultura machista, otros podrían invertir toda su vida en búsqueda de su alma gemela. ¿Y tú en qué inviertes tu energía?

No obstante, para alcanzar aquello que marca nuestro Norte, la topografía del terreno nos retará, nos hará caer, e incluso pondrá a prueba el motivo por el cual empezamos en primera instancia. Por eso, tendremos que probar que realmente estamos dispuestos a pagar el precio, porque nada que valga la pena, será fácil. Afortunadamente, contamos con innumerables estrategias para salir de las crisis. Dicen que la repetición es la madre de todo aprendizaje, así que lo diré una vez más: “lo mal que nos estamos sintiendo justo ahora, no será el común denominador de nuestro mañana, y mucho menos el de nuestro futuro”. No te dejes hipnotizar por las mentiras mentales que son solo suposiciones, pero no realidades. En otros blogs te he compartido cuáles son algunos de mis recursos para salir de las angustias, pues bien, hoy te hablaré de otro que utilicé en su debido momento cuando pensaba ingenuamente que mi mundo se derrumbaba.

Hace ya muchos años, dejé pequeños trozos de mi corazón esparcidos por todo el camino con la esperanza de volver a casa algún día. Reconozco que las piedrecitas de Hansel eran la opción más inteligente; sin embargo, no me culpen, en aquel entonces lo único que poseía era la inocencia del enamoramiento. Un día, asfixiada por tanta tristeza, decidí correr. ¡Sí, literalmente correr! Aunque sentía que lo hacía sin vida, pues pensaba que me había convertido en un alma en pena tratando de huir de las garras del Purgatorio. Lloraba, pero corría sin darme por vencida, el querido viento se llevaba mis lágrimas con él. ¿Cómo no amar a esa vivificante corriente de aire? Fue a su lado que descubrí lo que realmente era capaz de llevarse. Ahora que lo pienso bien, en aquel entonces mi tanque de oxígeno nunca se agotó a pesar de los kilómetros recorridos, y mis piernas jamás fueron doblegadas ante el cansancio. Todo mi ser dominó de principio a fin esa interminable carrera. Así es querido(a) lector(a), como lo habrá notado, formé parte de esa multitud que corrió junto a Forrest Gump.

Si nos encanta sentirnos como auténticos campeones, es imperativo tener presente que para llegar a la meta; primero deberemos comprender que no se trata de evitar caer, sino que se trata de aprender a levantarnos sin importar lo lastimados que estemos. Por eso mismo pienso que, aunque todavía no logramos vivir en armonía como sociedad, ya que una y otra vez caemos en el odio, siempre tendremos que levantarnos y seguir buscando esa belleza del amor que tanto nos cuesta abrazar. Entonces, no te rindas querido(a) amigo(a); ve tras tu propósito. ¡Eso sí! Recuerda que, el camino ni es plano ni es recto, tú levántate y corre (o vuela si lo prefieres). Tampoco te canses de brindar bondad a la humanidad, tu aporte sí hace una diferencia. ¡Piénsalo! Si el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo, con cuánta más razón la calidez de tu corazón se podrá sentir en el lado más frío del mundo.