Si cuando estábamos aprendiendo a caminar nos hubiésemos quedado en el piso por miedo a volver a caer, nunca habríamos aprendido cómo se da un paso tras otro. El temor no formaba parte de nosotros en aquel entonces, pues nuestro deseo por descubrir el mundo era más intenso que los golpes de las caídas. Sin embargo, con el pasar del tiempo en vez de hacernos más valientes por cada reto alcanzado, empezamos a hacernos diseñadores de “nuestra propia parálisis mental”. Movidos como marionetas por aquellas representaciones negativas sobre nuestra auto imagen, fuimos olvidando cómo mantener el balance en nuestras acciones. De tal forma que, aunque nuestro cuerpo haya aprendido a caminar, nuestra mente aún no sabe cómo encaminarse progresivamente.
Pensemos, ¿Qué tienen en común el hombre X Wolverine y nosotros? Este mutante de historietas está hecho de un duro metal llamado “adamantium” que, le permite auto regenerarse, así, sin importar la gravedad de sus heridas debido a las confrontaciones, él tiene la facultad de recuperarse completamente. Nosotros, por otro lado, también poseemos una capacidad lo suficientemente poderosa como para reinventarnos a pesar de los grandes golpes de la vida, tales como: el fracaso, el rechazo, la tristeza, la frustración, la crítica y la humillación. Ese potencial curativo se llama “resiliencia,” cuya principal función es absorber daños y permitir recuperarnos de ellos. No obstante, a veces pensamos que la única forma de ganar, es golpear sin ser golpeado; esto a su vez, se convierte en una creencia limitadora ya que, en el camino por recorrer estaremos frente a fuertes contendientes que no están bajo nuestro control. Por eso, a pesar de nuestra actitud guerrera, indiscutiblemente vamos a recibir una que otra paliza, en cuyo caso requeriremos desatar ese poder interno con el fin de minimizar las lesiones emocionales que pudiesen dejar a su paso esos factores externos.
Permíteme contarte algo, a la edad de 14 años sufrí un accidente de tránsito que me dejó una profunda herida en mi mano derecha. Sin embargo, con el tiempo ésta fue sanando y en vez de enfocarme en las pequeñas limitaciones que había adquirido como producto de la seriedad del traumatismo, decidí ver lo bendecida que era por no haber perdido mi mano. De igual manera, cada cicatriz en ti es una prueba de que elegiste reconstruirte en vez de destruirte. Las cicatrices no son malas, son recordatorios de que las heridas pueden sanarse. Por ese motivo, cuando sientas que el dolor te hunde en su abismo, trae a la memoria aquellos episodios iguales o peores donde tuviste la valentía de salir de allí. Esas marcas están ahí para demostrarte que puedes sanar lo que en apariencia es incurable. Desatar tu capacidad de la resiliencia significa que al igual que Arquímedes, usarás un punto de apoyo, esta vez no para mover el mundo, sino para levantar tu autoconfianza desde las profundidades del dolor.
Ser resiliente es sinónimo de ser resistente. Por consiguiente, la resiliencia es la encargada de transformar daños en mejoras. Además, al ser resilientes también aprendemos a moldearnos en el fuego, no a quemarnos en él. Por consiguiente, no pretendas transitar por la vida sin ninguna clase de rasguño, ya que estos son inevitables; de hecho, son necesarios para descubrir tu aptitud de adaptación y recuperación. Recuerda a tu niño interior, aquel que aprendió que el suelo podía impulsarlo hacia arriba. Si fuiste capaz de hacerlo aun siendo tan frágil, ¿Qué te hace creer que ahora no podrás? Apaláncate en tu poder de resiliencia y te darás cuenta que lo que creías imposible de superar, es tan sólo una incorrecta representación de tu realidad.